Aventuró la vela, con ansias de alumbrar: oyó de Isla Penumbra, y zarpó altamar.

Soplaron los vientos; primero perdió su radar. Cuando las aguas golpearon, encontró desgracia sin par.

Cruzando un ciclón, comenzó a tambalear; perdió el equilibrio y perdió el timón: a la tormenta tocaba ganar. Meció la vela en vaivén, hasta poderla tumbar; Con su propia flama al barco logró incendiar.

Fragata en llamas, vio su suelo desmoronar. Aún quebrado en trozos el navío no paraba de quemar.

Cayó al océano, cesando su luz y andar; tragada por negras fauces no consiguió nadar.

Quiso el destino una correntada pujar. Por capricho a la antorcha, no sería escombro vulgar.

Ignorando la trama, no dormitaba su lagrimal: "Aún de estar encendida sería inútil en el mar". Días y días esperó a encayar.

Naufragó a una isla, recibida por el jefe tribal. Pero hace tiempo ya no ardía; ¿en qué podría ayudar?

Tras sí escondía un tablón, con fuego un tanto familiar. Por la mar habrá flotado, mas se estaba por apagar.

El milagro no era eterno y la acercó sin titubear; percibió su mecha intacta, aunque tardara en secar.

Paciente, vio la vela asombrar: primero chispas, segundos de luz, ¡al fin pudo brillar!

Aquello que creía perdido... devuelto a su gloria original; muy agradecida, se quedó para iluminar.

Cuentan de Isla Penumbra, cambiado su nombre a Altar, que sigue ahí cierta antorcha, que ni el tiempo pudo esfumar.

¿Qué palabras repite? "¡Nunca más quiero viajar!"