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No se apaga la llama (SUNO)

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Sábado 18 de octubre, 2025.

Un tiempo fui enfermera en el área de ginecología. Asistí a partos y de hecho, atendí uno en el área de emergencias porque estábamos copados. No fue una cesárea, fue natural, sin bloqueos, sin fármacos. Aprendí muchas cosas con los médicos que trabajan ahí, una de ellas, es la etapa de la menopausia, un tabú para muchas mujeres y su entorno.

En la tercera edad, la ginecología sigue siendo una parte esencial del cuidado integral de la mujer, aunque muchas veces se subestima o se deja de lado por la creencia errónea de que, al no haber menstruación ni posibilidades de embarazo, ya no es necesario el seguimiento. Sin embargo, los cambios hormonales propios de la menopausia y el envejecimiento traen consigo una serie de efectos en el cuerpo que requieren atención constante. La atrofia vaginal, por ejemplo, es bastante común: el tejido vaginal se vuelve más delgado, seco y menos elástico, lo que puede generar molestias durante las relaciones íntimas, sangrados leves o incluso infecciones urinarias recurrentes. Muchas mujeres lo normalizan como parte del envejecimiento, pero existen opciones de tratamiento que mejoran significativamente su calidad de vida.

También es frecuente que aparezcan prolapsos pélvicos, especialmente en quienes han tenido partos vaginales en el pasado. Estos pueden ir desde leves sensaciones de presión en la zona hasta prolapso visible, y aunque no siempre son urgentes, sí merecen evaluación para evitar complicaciones o deterioro progresivo. Además, el riesgo de cáncer ginecológico no desaparece con la edad; de hecho, algunos tipos, como el cáncer de endometrio o de ovario, tienen mayor incidencia en mujeres mayores. Por eso, los controles periódicos —aunque ya no incluyan citologías con la misma frecuencia— siguen siendo importantes, especialmente si hay antecedentes familiares o síntomas como sangrado vaginal inesperado, dolor pélvico persistente o cambios en los hábitos intestinales o urinarios.

Lo que más se observa en la consulta es que muchas mujeres mayores callan sus molestias por vergüenza, por pensar que “ya no importa” o porque no quieren “molestar”. Pero detrás de cada síntoma hay una oportunidad de alivio, de prevención o de diagnóstico temprano. Escucharlas con paciencia, explicarles con claridad y tratarlas con dignidad es tan importante como cualquier medicamento o procedimiento. Al fin y al cabo, envejecer no es dejar de cuidarse, sino adaptar ese cuidado a las nuevas necesidades del cuerpo.

La menopausia no es una enfermedad, pero sí un momento de transición profunda en el cuerpo de la mujer, y como tal, merece atención, comprensión y cuidado. Muchas veces se vive con resignación, como si los sofocos, los cambios de humor, el insomnio o la sequedad vaginal fueran cosas que simplemente hay que aguantar en silencio. Pero no tiene por qué ser así. Escuchar al cuerpo en esta etapa es fundamental: los niveles de estrógenos caen, y con ellos cambian muchas funciones —desde la piel hasta los huesos, pasando por el estado anímico y la salud cardiovascular—. Por eso, más allá de los síntomas evidentes, es clave mantener una alimentación equilibrada, rica en calcio y vitamina D, hacer ejercicio regularmente (especialmente el de resistencia y el que fortalece el suelo pélvico), y cuidar la salud mental, porque los cambios hormonales también tocan el ánimo, la autoestima y las relaciones.

En este contexto, la terapia hormonal sustitutiva ha sido durante décadas una herramienta valiosa para muchas mujeres. Cuando se aplica de forma adecuada y personalizada, puede aliviar significativamente los síntomas más molestos: reduce los sofocos, mejora el sueño, protege la densidad ósea y, en algunos casos, incluso ayuda a mantener la elasticidad de la piel y las mucosas. Para algunas, es la diferencia entre sentirse atrapadas en un cuerpo que ya no reconocen y recuperar una sensación de bienestar que les permite seguir viviendo con energía y comodidad.

Sin embargo, no es una solución universal. Tiene contraindicaciones claras: antecedentes personales de cáncer de mama sensible a hormonas, trombosis venosa profunda, enfermedad hepática activa o ciertos tipos de migraña con aura, por mencionar algunos. Tampoco se recomienda iniciarla muchos años después de la menopausia si no se ha usado antes, porque los riesgos pueden superar los beneficios. Por eso, cada decisión debe tomarse en conjunto con el equipo de salud, evaluando el historial médico, los síntomas actuales, los deseos de la mujer y su estilo de vida. Hoy en día, además, existen alternativas no hormonales —desde ciertos antidepresivos en dosis bajas hasta fitoestrógenos o lubricantes íntimos específicos— que pueden ser útiles según el caso.

Lo más importante, más allá de las opciones médicas, es que la mujer se sienta escuchada y acompañada. La menopausia no marca el fin de nada, pero sí pide un nuevo tipo de atención: más consciente, más respetuosa y, sobre todo, más humana.

La menopausia no es una despedida, aunque a veces se la pinte así. No es el cierre de un capítulo con broche triste, sino más bien un giro suave —a veces abrupto, sí, pero necesario— en el camino de una vida que sigue teniendo luz, deseo, proyectos y piel sensible al sol de la tarde. Muchas mujeres llegan a esta etapa cargando años de cuidar a otros, de poner sus propias necesidades al final de la lista, y de pronto el cuerpo les dice, con sofocos o silencios menstruales, que es hora de mirarse a sí mismas de otra manera. No de menos, sino de distinto.

Hay algo profundamente liberador en entender que la feminidad no se mide por la regularidad de un ciclo ni por la posibilidad de gestar. La mujer que entra en la menopausia no pierde valor, ni sensualidad, ni fuerza. Al contrario: muchas descubren en esta etapa una claridad nueva, una voz más firme, una forma de amar que ya no necesita demostraciones, sino presencia. El cuerpo cambia, claro. La piel se vuelve más fina, los huesos piden más atención, el sueño se vuelve caprichoso… pero también hay una especie de calma interior que va creciendo, como si el ruido hormonal diera paso a una intuición más afinada.

Lo triste no es envejecer ni dejar de menstruar; lo triste sería creer que con eso se termina algo esencial. Porque la vida no se apaga en la menopausia: se transforma. Y en esa transformación hay espacio para nuevas pasiones, para viajes postergados, para decir “no” sin culpa, para reírse más fuerte y abrazar con más conciencia. Lo que cambia es el ritmo, no el corazón. Y si se le da el lugar que merece —con cuidado, con respeto y con cariño—, esta etapa puede ser una de las más plenas, no por lo que ya no es, sino por todo lo que aún puede ser.

Como ya casi se acaba el número de caracteres de la caja de información, les dejo con la canción que le pedí a SUNO, esperando que esta publicación les haya servido, no solo como entretenimiento, sino que les haya aportado un poco, una chispa de contenido que genera valor.

🎵 🎶 🎶 🎶 🎵 🎼 🎼 ♬ ♫ ♪ ♩

Esta fue una canción y reflexión de sábado.

Gracias por pasarse a leer y escuchar un rato, amigas, amigos, amigues de BlurtMedia.

Que tengan un excelente día y que Dios los bendiga grandemente.

Saludines, camaradas "BlurtMedianenses"!!

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