El tango nace a finales del siglo XIX en los arrabales de Buenos Aires y Montevideo, en el crisol de culturas del Río de la Plata. Es un hijo de la inmigración masiva, principalmente de italianos y españoles, que llegan a las ciudades portuarias buscando un futuro mejor. En los barrios humildes, como La Boca y San Telmo, se mezclan los sonidos de los gauchos del campo, las habaneras cubanas, los candombes africanos traídos por los esclavos y las milongas criollas. Esta fusión da origen a una música melancólica y apasionada, que refleja el desarraigo, la nostalgia y las penurias de los marginados.
Al principio, el tango es una danza de hombres, practicada en las calles, los prostíbulos y los patios de los conventillos, donde los inmigrantes comparten sus historias. Los pasos son improvisados, sensuales, con un abrazo cerrado que escandaliza a las clases altas. Se baila al son de guitarras, violines y flautas, hasta que el bandoneón, llegado de Alemania, se convierte en el alma del tango, con su sonido desgarrador. Los primeros tangos son instrumentales, como "El entrerriano" de Rosendo Mendizábal, pero pronto se suman letras que hablan de amores perdidos, traiciones y la vida en los suburbios.
A inicios del siglo XX, el tango es mal visto por la élite, asociado con la delincuencia y la inmoralidad. Sin embargo, su popularidad crece en los cafés y teatros populares. Figuras como Ángel Villoldo y Enrique Saborido componen piezas emblemáticas, mientras los bailarines llevan el tango a los cabarets. En 1910, el tango viaja a Europa, especialmente a París, donde se convierte en una moda exótica. Los salones europeos lo adoptan, puliendo sus movimientos para hacerlo más "aceptable". Este reconocimiento internacional transforma su percepción en Argentina, donde pasa de ser un arte marginal a un símbolo cultural.

La década de 1920 marca la "Guardia Vieja", con orquestas como la de Francisco Canaro y Roberto Firpo que profesionalizan el género. En los años 30 y 40, llega la "Edad de Oro" del tango, con la voz de Carlos Gardel, ícono inmortal, y compositores como Juan D’Arienzo y Aníbal Troilo, que dan al tango un ritmo vibrante y letras poéticas. Las orquestas crecen, los salones de baile como el "Salón Canning" se llenan, y el tango se convierte en el latido de Buenos Aires. Las letras, ahora más complejas, exploran el amor, la traición y la filosofía de la vida, con poetas como Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el tango enfrenta un declive. La llegada del rock y otros géneros modernos lo relegan, y la dictadura militar en Argentina (1976-1983) censura su espíritu contestatario. Sin embargo, nunca muere. En los años 80, el espectáculo "Tango Argentino" en Broadway revive el interés global, y músicos como Astor Piazzolla revolucionan el género, fusionándolo con jazz y música clásica, creando el "tango nuevo". Aunque criticado por los puristas, Piazzolla lleva el tango a auditorios internacionales.
Hoy, el tango sigue vivo. En Buenos Aires, las milongas como "La Viruta" atraen a locales y turistas, mientras festivales como el Mundial de Tango celebran su legado. Es más que un baile o una música: es una expresión del alma rioplatense, un lamento que se transforma en pasión, un puente entre el pasado y el presente. En 2009, la UNESCO lo declara Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo su universalidad y su capacidad de emocionar a generaciones.
El país con mayor influencia del tango es Argentina. El tango nace a finales del siglo XIX en los barrios humildes de Buenos Aires, especialmente en La Boca y San Telmo, como una expresión cultural de la mezcla de inmigrantes europeos (italianos y españoles), criollos, y comunidades afrodescendientes. Es en Argentina donde se desarrolla su música, con el bandoneón como instrumento central, y su danza característica, marcada por el abrazo cerrado y la improvisación. Durante la Edad de Oro (1930-1950), figuras como Carlos Gardel, Aníbal Troilo y Juan D’Arienzo consolidan el tango como símbolo nacional, llenando salones de baile y dando forma a su identidad poética y melancólica. Aunque Montevideo, en Uruguay, también reclama parte de su origen debido a la influencia compartida del Río de la Plata, Argentina es el epicentro del tango, con una presencia dominante en su cultura, desde las milongas hasta festivales como el Mundial de Tango. La UNESCO, al declarar el tango Patrimonio Cultural Inmaterial en 2009, reconoce especialmente su arraigo en Buenos Aires, donde sigue siendo una expresión viva en la música, el baile y la identidad nacional.
El tango tiene una influencia profunda en Uruguay, particularmente en Montevideo, donde comparte raíces con Argentina debido a la cercanía cultural y geográfica del Río de la Plata. A finales del siglo XIX, los mismos flujos migratorios de europeos (italianos, españoles) y las comunidades afrodescendientes que dieron forma al tango en Buenos Aires también llegaron a Montevideo, creando un caldo de cultivo similar en barrios como Sur y Palermo. El candombe, un ritmo afrouruguayo, aportó elementos rítmicos y expresivos al tango primitivo, fortaleciendo la conexión de Uruguay con su origen.
En Uruguay, el tango se arraiga en cafés, conventillos y prostíbulos, al igual que en Argentina, y se desarrolla con un estilo propio, aunque menos dominante que el porteño. Figuras como Gerardo Matos Rodríguez, autor de "La Cumparsita" (1916), considerada el himno del tango, destacan la importancia uruguaya en el género. Este tema, compuesto en Montevideo, se convierte en una de las piezas más icónicas y representadas del tango a nivel mundial. Otros músicos uruguayos, como Francisco Canaro, nacido en San José de Mayo, contribuyeron significativamente al tango, aunque muchos desarrollaron sus carreras en Buenos Aires .
Durante el siglo XX, el tango se consolida en Uruguay como parte de la identidad cultural, con milongas y orquestas que animan la escena montevideana. Lugares como el Café Au Bon Temps o el actual Joventango mantienen viva la tradición de las milongas, donde locales y turistas bailan y celebran el género. El tango también se refleja en la poesía y las letras uruguayas, con temas de nostalgia y amor que resuenan con la sensibilidad rioplatense.
Aunque Argentina, y especialmente Buenos Aires, es el epicentro indiscutido del tango, Uruguay reclama una influencia significativa, considerándose cuna compartida del género. La rivalidad amistosa entre ambos países por el origen del tango es parte de su folclore, pero en Uruguay, el tango es un pilar cultural, presente en festivales, escuelas de baile y en la memoria colectiva, reforzado por su aporte a clásicos universales y su integración al candombe y la milonga criolla. La declaración del tango como Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO en 2009 reconoce esta influencia compartida, destacando a Montevideo junto a Buenos Aires como centros históricos del género.
El tango, más que un género musical, es un lenguaje profundo de la identidad porque nació del cruce de culturas, de la nostalgia de los inmigrantes europeos, de la herencia africana, de los ecos indígenas y del pulso propio de las nacientes urbes rioplatenses. Su origen humilde y mestizo lo convierte en un testimonio viviente de la complejidad cultural de la región, donde múltiples raíces se entrelazaron para dar forma a una expresión artística única.
El ritmo del tango, con sus compases marcados, sus pausas dramáticas y su cadencia melancólica, refleja el espíritu de quienes lo gestaron: personas desplazadas, soñadoras, luchadoras, que buscaban un lugar en el mundo. La música se convierte así en un espejo de sus sentimientos más íntimos: la soledad, el deseo, el desarraigo, pero también la esperanza y el orgullo. Esta capacidad de dar voz a emociones universales pero ancladas en una experiencia histórica específica, es lo que permite que el tango funcione como un vehículo poderoso de identidad cultural.
Cuando alguien escucha un bandoneón desgranando las primeras notas de un tango, no solo escucha música: escucha una historia colectiva. Cada melodía remite a las calles empedradas, a los cafés oscuros, a los viejos salones de baile donde parejas se entrelazan en una danza intensa, cargada de códigos tácitos y miradas cómplices.
En el tango, la letra cobra un papel central. Los versos cuentan historias de amor perdido, de barrios que ya no existen, de personajes que encarnan el mito urbano. El lunfardo, ese argot característico, otorga al tango una textura lingüística particular, que enriquece el sentido de pertenencia. Cantar un tango es también una forma de hablar en el idioma de la tierra propia, de nombrar el mundo desde un lugar que reconoce su pasado y su singularidad.
Su universalidad radica precisamente en su capacidad de transmitir emociones profundas a través de un estilo distintivo. Cada intérprete extranjero que abraza el tango contribuye a su vitalidad, pero el corazón de su identidad cultural permanece firme. El tango, entonces, no es solo un género musical, es un relato en movimiento, una memoria hecha ritmo, una afirmación constante de quienes somos. En su compás habita el pulso de un pueblo que, a través de su arte, ha sabido convertir el dolor en belleza, la soledad en abrazo, y el pasado en un presente que nunca deja de bailar.
Es todo por hoy.
Disfruten del mix que obtuve en SUNO.
Chau, BlurtMedia...
https://img.blurt.world/blurtimage/paulindstrom/a4ca48f8252d57129ab76b747cd3f5b6b6208eae.gif




